Info y Foto: Emilio Gutiérrez Yance
La vida de las trabajadoras sexuales en Cartagena se ha convertido en una carrera contra el reloj. Sin espacio para el diálogo o la ilusión, la prisa de la calle ha transformado el deseo en una mercancía negociable, donde la supervivencia es la única meta. La ciudad nocturna, con su mezcla de olores y música vallenata, se convierte en un escenario de lucha para mujeres como Verónica, de 40 años, quien personifica la tenacidad de muchas otras en la zona.
Sentada en un bordillo, con los tacones vencidos y una mirada desconfiada pero encendida, Verónica compartió su historia. Habló de la niña que fue, de su hijo que la obligó a convertir la calle en su segundo hogar, y de la pandemia que le arrebató los últimos refugios. "La necesidad es más fiera que una suegra", dijo, revelando las cicatrices que el tiempo no ha borrado. Comenzó a trabajar en la adolescencia tardía, expulsada de su hogar familiar, y con el tiempo aprendió a descifrar las sombras y grietas de las calles de Cartagena.
Verónica no es ingenua; ha enfrentado la violencia más cruda. Una noche, un cliente la agredió y le robó el dinero. Sintió el vértigo de caer en un abismo y juró no volver. Sin embargo, al amanecer, el rostro de su hijo la llenó de coraje, y regresó a su esquina con la determinación de quien se planta en un campo de batalla. "Siempre hemos trabajado más por los hijos que por nosotras", afirmó, con la voz endurecida por las heridas.
En la actualidad, el dinero ha perdido su valor. Lo que antes alcanzaba para llenar una nevera, hoy apenas se estira para un almuerzo sencillo. La competencia y el ruido han convertido el oficio en un medio para apenas sobrevivir. No obstante, Verónica no se rinde. Su resistencia, motivada por su hijo, también se nutre de la hermandad que ha encontrado con sus compañeras. Bajo la luz de los semáforos, se cuidan unas a otras, sintiendo que la luna, su confidente, pasa lista en silencio cada noche.
A pesar de la fatiga, Verónica no se victimiza. Sueña con una vida diferente para su hijo, lejos de las madrugadas y las promesas incumplidas. Su historia, que se confunde con los versos de un vallenato, refleja la dignidad de muchas mujeres que, ante la falta de oportunidades, han hecho de la calle un lugar de resistencia. En Cartagena, con sus balcones que murmuran secretos y sus campanas que doblan por amores perdidos, ellas se mantienen de pie, demostrando que, a pesar de las adversidades, la vida continúa siendo un testigo de su dignidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario